



A Yaneth Osorio y su compañero de infortunio, Víctor Martínez, les dolían los pies, casi ‘arrastrándose’ llegaron al peaje de Paraguachón, en donde se sintieron libres. Habían caminado casi tres días. Inicialmente, escoltados por hombres armados, y luego, unas dos horas solos, de mucha infantería a la que no estaban acostumbrados. Cuando divisaron luces y sintieron el ruido de vehículos, allí comenzaron a respirar el dulce aroma a libertad.
Yaneth Osorio, una docente bogotana, pero de ancestros wayuu, fue plagiada la madrugada del 25 de noviembre pasado, cuando fue sacada de forma violenta de su casa en Uribia; el comerciante Víctor Martínez, fue interceptado por hombres armados y encapuchados, quienes llegaron en un moderno vehículo a su residencia de Manaure, y se lo llevaron, la noche del 5 de diciembre pasado.
Yaneth y Víctor, pese a ser habitantes del desierto y vivir a menos de 30 kilómetros de distancia en Uribia y Manaure, no se conocían. Por primera vez se vieron en el encierro. No sabían de qué hablar. Había desconfianza, pero el paso de las horas les enseñó, que los dos vivían el mismo drama: estaban secuestrados.
Anoche, el peaje de Paraguachón dejó de ser solo un punto de tránsito internacional. Fue el lugar donde dos historias enlazadas por un secuestro violento, que los separó de sus familias, y que permite escribir una nueva historia, paso a paso, en silencio, con datos que hoy empiezan a esclarecerse.
En esta oportunidad la liberación no estuvo marcada por una entrega formal. No hubo discurso, fotografías, solo sabían que debían iniciar una larga jornada a pie, sin conocer los caminos. Fueron apoyados por escoltas armados, silenciosos, parcos en las instrucciones.
Llegar al peaje fue respirar aire puro, cargado de nuevas ilusiones, con olor y sabor a familia, entendieron que estaban cerca a Maicao y de allí, un salto a Uribia y Manaure, dos pueblos hermanos, antiguo paraíso de paz y ahora asediados por bandas armadas dedicadas a todo lo ilícito.

Según información suministrada por los familiares, no se realizó ningún pago por concepto de liberación, dato que fue puesto en conocimiento de las autoridades mientras se continúa con la ampliación de información para establecer responsabilidades y circunstancias del secuestro.
La noche del regreso no tuvo discursos ni cámaras encendidas. Solo cansancio, dolores musculares, hambre, polvo en los zapatos, ganas de bañarse para borrar las huellas de un secuestro que nunca se imaginaron y una caminata final guiada por unas luces lejanas y ruido de vehículos que señalaban la libertad.
Durante semanas, sus nombres circularon en escuelas, plazas, oraciones silenciosas., medios de comunicación y sus fotos circulaban en redes sociales. Dos días antes de su secuestro, Yaneth Osorio, docente reconocida por su trabajo pedagógico en el norte de La Guajira, había recibido la visita de su madre Blanca Osorio, una pensionada que vino a compartir el inicio del mes de diciembre con su gente en Uribia.
El secuestro de Víctor Martínez y Yaneth, pone de presente la vulnerabilidad en que se encuentran los ciudadanos de Colombia. Este comerciante manaurero, ampliamente conocido en su tierra, quiso darle un giro al turismo de la región, se encuentra con un hecho preocupante de inseguridad, que lógicamente pone a pensar a los inversionistas que miran en este territorio una oportunidad de crecimiento empresarial.
El final del cautiverio llegó sin anuncios previos. Los captores les dieron una última instrucción: caminar hasta cuando comenzaran a divisar las luces y escuchar los ruidos de los vehículos. No hubo despedidas ni explicaciones. Solo una orden breve y el silencio posterior.
Yaneth y Víctor obedecieron, solo quería salir del monte. Por eso ni las ampollas y los dolores en sus pies no pudieron obligarlos a rendirse. Horas después vieron las luces. No sabían si eran de y un poblado, o a un puesto de nuevos riesgos. Pero siguieron. No había otra. La esperanza los empujaban a seguir en busca de la puerta a su vida cotidiana. Llegaron. El miedo los invadía, pero se encontraron con el ejército, y con ello la libertad.
En la madrugada de este jueves 18 llegaron a sus viviendas de Uribia y Manaure. Los abrazos familiares les devolvieron el aliento a dos familias y a comunidades enteras que, durante semanas, convivieron con la incertidumbre.
Estos secuestros abren preguntas, que por el momento no tendrán respuestas. ¿Quién responden por la seguridad territorial?
