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Por: Rubén David Salas Arias

En una olla pitadora se han venido agregando una serie de elementos que no paran de cocerse. Como si no fuera suficiente, además de las consecuencias producto de los choques que viene afrontando la actividad económica en los últimos años -pandemia, restricciones y conflictos bélicos-, la estabilidad financiera empieza a combatir un conjunto de retos relacionados con la rentabilidad y la liquidez. Principalmente se está reajustando el valor del dinero, incidiendo sobre el valor de los activos, de la deuda, de la vivienda, de las materias primas y esto eventualmente se trasladará a cambios sobre el valor del trabajo -lo único que de momento se mantiene en condiciones favorables, pero no por mucho tiempo-.

Los mercados se encargan de arrojar resultados con base en los insumos de información de las interacciones humanas -una realidad, a pesar de los anhelos de intervención de los idealistas estatales-. El sector financiero no es ajeno a esto. Pese a que las expectativas parecían optimistas por varias semanas ante las bajas en las presiones inflacionarias. Esa era una reacción ingenua si no se monitoreaba el fondo de la actividad económica, porque las medidas para frenar la inflación tienen unas consecuencias considerables y latentes. Resulta que la inflación ha funcionado como un mecanismo de ajuste para empezar a pagar la factura por las políticas implementadas para proteger la estabilidad de los choques. Es como si las cosas tomarán un nuevo valor de partida -un nuevo ciclo-.

En la actualidad, el punto de ebullición de esa olla podría estar cerca, porque realizando un barrido histórico con lo sucedido en los años 1987, 2001 y 2008, los hechos no son muy diferentes. Hay cambios en las curvas de rendimiento de los bonos del tesoro -porque los inversionistas ven estos activos como posiciones seguras y no diferencian el riesgo por temporalidad-, el interés por adquirir vivienda decae -las altas tasas de interés encarecen la compra, sin contar que esto impactará sobre el valor de las viviendas y la actividad económica-, y los precios del petróleo proyectan una caída en la demanda -desaceleración  recesión-. Esto significa que los activos deben reconsiderar su valor real, lo cual materializa pérdidas y genera problemas de liquidez, acompañado de un escenario en el cual, ante altas tasas de interés, es difícil financiarse para solventar dichas materializaciones.

Sería pertinente abrir con prudencia la llave de la liquidez y si es necesario convivir con una inflación con la que se pague la factura óptimamente. El problema para ello estará en que, siguiendo las recetas económicas al pie de la letra, el mercado laboral aún está sólido y la política monetaria aún no podrá actuar, teniendo presente que pese a un eventual deterioro la lectura del mismo es rezagada, y no verá con precisión la oportunidad para abrir la llave. Por lo que, la olla tendrá que pitar para que caiga el mercado laboral y allí pueda intervenir pivotando sus tasas.

La historia ha registrado las experiencias, y en esta ocasión la velocidad de reacción será crucial para solventar las vulnerabilidades y evitar consecuencias desastrosas para la sociedad. Por ello, las autoridades económicas deben trabajar en estar listos para múltiples escenarios y así poder actuar con efectividad. La base será que los vientos indican un aterrizaje forzoso y no hay que temer a guiar las expectativas en línea con esos hechos -sin ser insensatos o intentar cubrir la realidad-. Es que como resultado de ese aprieto, la sociedad tendrá que convivir con un conjunto de dificultades por un periodo considerable. De todas formas, la institucionalidad no se queda sin herramientas de política pública para compensar y propender por proteger el bienestar de la sociedad.

Twitter: @RDSalasA

Correo: rdsalasopinion@outlook.com