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Por: Rubén David Salas Arias

Pensar en la desigualdad implica un ejercicio de identificación y análisis de hilos que continuamente se entrelazan formando tejidos. Consiste en precisar hechos subsecuentes de una causa primera -la pobreza-, en los cuales se componen una serie de enlaces que forman un tejido fáctico sobre el cual interactúan los individuos. De ahí que el objetivo de un hacedor de política pública es deshilar la desigualdad: deshacer la herencia manchada de una tradición que deja el bienestar en manos de unos pocos.

Como sociedad nos enfrentamos a distintas situaciones de desigualdad y trampas de pobreza que promueven la persistencia de las problemáticas sociales en el tiempo, cruzando de largo las épocas y predominando en las poblaciones que buscan el desarrollo. Los obstáculos en un ambiente desigual se presentan desde el inicio de la vida, con la privación de una alimentación suficiente, balanceada y de calidad, la imposibilidad de acceder a educación de calidad, a servicios de salud, vivienda digna y oportunidades de desenvolvimiento personal. Estos primeros limitantes tienen gran influencia sobre el resto del desarrollo de vida, porque el cuerpo y la mente se forman desaprovechando su potencial.

Por otra parte, en ese conjunto de negaciones e imposibilidades, también se encuentra a múltiples grupos poblacionales en situaciones de desigualdad según aspectos demográficos como la edad, el sexo, el género, factores socieconomicos, étnicos, entre otros. Como sucede con la ausencia de oportunidades de educación y capacitación, empleo y emprendimiento, así como con la existencia de brechas en la remuneración, adquisición de ingresos y activos. Eso sin contar la imposibilidad de tener paz, porque se experimenta un conflicto sin seguridad, respeto por la vida, justicia, ni reparación. Dejando comunidades que pierden la esperanza y la capacidad de soñar, porque no hay tiempo para detenerse a figurar una idea de querer y deber ser, debido a que el tiempo apremia y el privilegio de proyectar posibilidades es para aquel que no le afana buscar el pan para la mesa.

En la adultez llega la resignación por no lograr objetivos, terminando el ser en la condena de encarnar el mito de Sísifo. Pasa el tiempo y se mantienen algunas condiciones de imposibilidad inmutables, quedando la tristeza en el rostro de los viejos. Pieles cuarteadas por el paso de los años y los achaques. Lágrimas entre arrugas. Y un arrojo a la descomposición de la carne. Seres entregados a una trémula espera sin fin y un olvido sin más. Con la única certeza de que la tierra necesaria para un hombre consiste en un rectángulo de dos por dos.

Así uno podría seguir identificando los tejidos de la desigualdad, pero en términos generales, las grandes minorías que componen una gran mayoría están sin la libertad para ser en el mundo. Se mantienen esperando un milagro que incline la balanza a su favor y dejen de integrar el grupo de atrás, para pasar adelante de la fila. Es por ello que deshilar los tejidos de la desigualdad es trabajar en una sociedad justa, equitativa y con oportunidades, en la cual, la pobreza  no sea un mero número monetario, y el análisis de esa problemática lleve a examinar la realidad humana para proteger la vida y la libertad. Resulta que los medios básicos para el desarrollo equitativamente distribuidos en la población y con garantía de calidad, componen las posibilidades de existencia y por consiguiente la potencial riqueza de una sociedad.

Twitter: @RDSalasA

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