A Juan de Dios Maturana Ibarguen, a quien todos en Riohacha, conocían como ‘Yupy’, la muerte no lo sorprendió. Él la venía esperando. Sabía que desde hace varios meses, ese manto negro invisible le rondaba el camino, por eso, cuando tuvo un accidente casero-laboral, y sufrió una ligera fricción en el fémur, entendió que sus días estaban contados.
Vivia en balcones del Palaá, un complejo habitacional de cuatro pisos, construido por el Estado, al occidente de esta ciudad. Allí cuidaba de su hija, quien tiene problemas de invalidez. Por eso trabaja mucho. Salía muy temprano a vender sus mecatos, especialmente los ‘Yupy’ de donde derivó su apelativo, hecho que no le disgustaba. Era un hombre callado, formal, serio. Hacía diariamente un recorrido, que remataba en el Centro Cultural y el edificio de la antigua Lotería, donde funciona la Asamblea de La Guajira, allí tenía una clientela asegurada.
Nadie creía que estaba a punto de cumplir el próximo 22 de junio 101 años de vida útil. Nunca dejó de trabajar. Nació en Quibdó, la capital del Chocó, el 22 de junio de 1,923. Se le veía duro, pero en sus ojos se reflejaban los golpes que la vida la había dado.
El día que Francisco Maturana, estuvo visitando a Riohacha, intentó hablar con su sobrino, así llamaba al extécnico de la selección Colombia, con quien no pudo cruzar palabra, ya que faltó un puente comunicador, que los pusiera frente a frente. ‘Pacho’ nunca supo que su tío estaba desde hacía muchos años por estas tierras, a donde llego en sus tiempos de madurez buscando mejores oportunidades para salir adelante.
Sus apellidos son futboleros: Maturana Ibarguen. Un día me contó que jugó futbol en Medellín, cuando no había liga organizada, era fanático del Medellín. El 09 de julio de 1958, cuando había sido elegido Alberto Lleras Camargo, como primer presidente del Frente Nacional, la Registraduría Nacional del Estado Civil, le entregó su primera cédula, cuando ya marcaba sus primeros 38 años de existencia.
Todos lo quería. Nunca tuvo problemas con nadie, ni con los niños que intentaban molestarlo, pero él se ponía serio y todos se tranquilizaban. Era un personaje que supo ganarse el respeto de los riohacheros. Las fuertes temperaturas y los dolores que le causaban el golpe recibido en el fémur, comenzaron a diezmar su estado de salud, hasta que, finalmente, le provocaron su silenciosa muerte.