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La Maleta Literia arrastada por las arcillosas carreteras del desierto guajiro.

Una dama reclinada, estilizada, con paisajes exuberantes y con una riqueza multicultural, fue la encargada de recibir, hace 25 años, a la Maleta Literaria que era arrastrada por un poeta, lleno de ilusiones, esperanza y mucha fe, de cautivar con su lectura, a las comunidades apartadas del desierto más grande de Colombia, habitados, por indígenas, ávidos de conocer el mundo exterior.

Óscar Parra, un poeta de verdad. Un hombre que narra la historia de su país, para evitar que sea arrastrada por los embates de la cibernética, que con su tecnología de punta, prácticamente le quiere quitar el derecho de leer a las nuevas generaciones.

Era consiente de haber desembarcado a un desierto árido, en donde la gente moría de sed, muchos niños no superaban los cinco años, al ser consumidos por los estragos de la hambruna, que sirve de escenario para que mucha gente y organizaciones nacionales e internacionales nutran sus arcas, maquillando informes parciales, de unas ayuda que muchas veces no alcanzan a llegar a quienes, no tienen ‘visa’ de los políticos de turno.

Por eso, Parra desempolvó su equipaje. Poca ropa. Uno que otro equipo tecnológicos para ayudar sus narrativas. Eso sí, una Maleta repleta de libros cargados de historias maravillosas de un país, en el que vivimos, pero que lamentablemente poco conocemos.

No lo sorprendió las inmensas brechas sociales que marcan una distancia profunda, entre las regiones del interior del país, y la mitológica Guajira. “Ese era el reto” confesó Parra, años después de ganar espacios entre los pobladores, quienes lo esperaban en las puertas de las rancherías, cuando sentían que las ruedas desvencijadas de su maleta sonaban atascadas por el polvo arcilloso que viene del Sáhara, no dejaban mover las pequeñas balineras por falta de aceite.

Enseñarles a los niños a leer por placer y que tengan muchos libros a su alrededor, ese fue el reto de Parra, que pese a su piel oscura, sudaba a chorros, ante la embestida de la canícula que, durante casi 10 meses al año sacude al territorio peninsular.

Un proyecto en el desierto

Fortalecer los proyectos de los docentes para que se conviertan en experiencias significativas en lectura, escritura y oralidad. Para los niños y niñas, la aparición de la maleta, de esa herramientas pedagógicas, ha llegado a salvar sus vidas, a nutrirlas con conocimientos, con esperanza, con amor y educación. El poder recrearse y sonreír, el verse que son importantes los llena de seguridad y les permite poco a poco a visionarse con un futuro mejor para ellos y para sus papitos. Cada niño sabe que tiene una cita con la ‘Maleta literaria’, esta, se ha convertido en parte de sus vidas y de sus sueños y esperan su llegada con felicidad.
Para Parra, llegar a cada ranchería indígena es una verdadera odisea. “A veces toca llegar a rancherías después de lluvias torrenciales, con los zapatos en las manos, los pantalones remangados, mojados y montar toda la infraestructura para el desarrollo de las actividades. Ha sido un esfuerzo grande, pero demuestra que la literatura no se limita a ser meras palabras que se llevan los vientos alisios, constantes y dominantes que atraviesan el departamento”, agrega el poeta Óscar.

Su sueño de seguir aportando a través de las letras, van en crecimiento. Al mismo ritmo crecen las necesidades de la ‘Maleta Literaria’: Ahora tiene la Carpa Literaria y con ella ha nacido la Casa de Arte y Literatura, que funciona como un pequeño centro cultural con cuatro salas de arte y literatura. De ellas brotaron con esfuerzo 4 grandes programas como Lecti Niños, que promueve la lectura en los hogares infantiles. La Hora Literaria, son clubes de lectura en la básica primaria; Campamentos de Lectura, bajo la consigna de la lectura como instrumento social; Vigías de lectura, para formar a jóvenes y adolescentes como agentes sociales para multiplicar la lectura en las comunidades.

Con la apertura de la Casa de Arte y Literatura se evidenció el crecimiento del interés por la lectura, llegando a beneficiar a más de 2.000 personas, entre niños, niñas, jóvenes y adultos, y a más de 50 instituciones educativas y comunidades wayuu y afrodescendientes, bajo la consigna “contando desde la ruralidad”.


El sueño de Parra, pasó a ser una poesía con hermosas realidades. Se cuenta con un semillero de niños, niñas y jóvenes que se han convertido en una gran fortaleza, estudiantes con grandes retos que le apuestan a la cultura ciudadana. Jóvenes empoderados con valores, que sueñan con sus propios proyectos y emprendimientos, a través del trabajo de las ochenta horas sociales.


Un sueño cumplido, es reemplazado por otra ilusión plasmada en proyectos, que brontan de las múltiples necesidades de un pueblo abandonado por una sociedad, que los usas como muestra paisajística, creyendo que los wayuu, es una sociedad muy rica, pero que por ‘usos y costumbres’ quieren vivir en el abandono.

Los indicadores muestra un crecimiento de la perdurabilidad en el territorio, alcanzando cifras por encima del 60%. Se encuentra con donantes importantes y silenciosos, que han entreado más de 700 libros al año.

En 2018, según el último censo del Departamento de Administración Nacional de Estadística, DANE, el 14,5% de las personas en La Guajira no sabían leer, ni escribir, siendo el porcentaje más alto del país. Bogotá solo presentó un 2%. Es aquí donde toma fuerza la Feria Itinerante del Libro en La Guajira, donde se vive una fiesta, llena de poesías, cuentos y muestras artísticas que se toman las rancherías, los barrios e instituciones educativas, logrando evidenciar “el poder de la literatura como herramienta para construir sociedad”.

Historia de la Feria


La primera Feria del Libro de La Guajira, se organizó en el año 2010 como parte de los actos del proceso de formación del proyecto Primeros Lectores: Literatura con énfasis en Familia, del 15 al 21 de junio de cada año, en concertación con el Ministerio de Cultura. La Feria del Libro, como se conocía en este entonces, no contaba con stands, ni editoriales. Ilustraba con artesanías y mantas wayuu de muchos colores que atravesaban, una y otra vez, los caminos desérticos de la región para escuchar poemas y cuentos durante cinco días.


Antes de la realización del festival literario, se desarrolla un trabajo conjunto con las instituciones educativas del lugar para que los profesores vayan familiarizando a los estudiantes con los escritores invitados, los cuales no solo dan charlas, sino que también se empapan del territorio; de toda la cultura guajira.

Ahora todos quieren leer


Según manifiesta el director de la fundación Leer Pensar Escribir, Óscar Parra, cuando apenas comenzaban sus trabajos en la zona, notaron que muchos niños no sabían leer ni escribir. Recuerda el caso de una niña en específico que llegaba a los talleres con regularidad, tomaba libros y se quedaba durante horas, sola, pasando las páginas. “La niña no sabía leer, pero se entretenía con las ilustraciones”. Casos como el suyo, hicieron que el profe ‘Parra’ y su equipo se percataran que no bastaba con llevar libros y recitarlos; sino, que también era necesario comenzar procesos de acompañamiento para desarrollar habilidades que lograsen disminuir los índices de analfabetismo en la región.

Un poeta en el desierto


Óscar es autor de varios libros de poesía: Festejo de lo Perdido (2007), Los Hijos del Pez (2007), Palabra y Residencia (2007), Desde la percepción de las miradas (2008), y también ha publicado en la Revista Poesía Viva, Cartilla El solar, Frontera Libre, entre otras.


“Recuerdo que llegué al departamento con una maleta didáctica cargada de libros y varios objetivos: implementar el hábito de la lectura en los niños guajiros, utilizar las letras como estímulo para el desarrollo de su creatividad y apoyarlos en el descubrimiento de sus talentos. Pero sobre todo con el objetivo de hacer país, de hacer territorio”. Afirma el poeta.

Grandes periplos


La fundación Leer, Pensar y Escribir no solo realiza actividades en su sede en Riohacha (donde se manejan un grupo de 20 asistentes por día), también se desplazan a otras zonas del departamento como Manaure, Uribia y Maicao. Se acercan a las comunidades en una oportunidad que ellos tienen para “sentir el territorio con la sensibilidad que despierta el arte”.


Son alrededor de 200 a 250 niños y adolescentes guajiros que participan en las diferentes actividades de la fundación. Con varios de estos niños y adolescentes, se sacó adelante el libro Historias de Niños Wayuu, en el que lograron contar la percepción de los niños de sus propias comunidades y transformar su tradición oral en cuentos. Eso, para Óscar, demuestra lo involucrados que desean escuchar historias de otros, pero también en contar las suyas.


«Aquí hay jóvenes con muchos talentos que merecen atención prioritaria en un modelo de cultura de desarrollo deseable en un departamento tan rico como el de nosotros, La Guajira. Mi llamado es que los colombianos giren un poco la cabeza y atiendan los trabajos sociales y la producción artística que se está generando en esta zona del país», concluye Parra.

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