Spread the love

Por: Rubén David Salas Arias

A lo largo de la historia de la vida en sociedad se ha presentado una contraposición entre el deseo individual y el deseo colectivo.

Resulta que, las decisiones fundamentadas en el producto del deseo, es decir el yo -ego-, por lo general siguen una predilección por el beneficio personal, dejando en segundo plano el beneficio colectivo -tal vez, por evitar la contrastación con el otro y que esto conlleve un ejercicio complejo de reflexión-. Sin embargo, como toda formación del deseo proviene de un fenómeno social, estas dos visiones no difieren en la esencia de la forma de los actos, tanto proyección de lo que se busca como potencia de vida: Bien-estar. Aunque, es difícil conciliar la agregación de deseos individuales, en la medida en que cada ser es particular, cada ser tiene la dicha de estar en libertad de elegir, y eso implica incluso la decisión de vivir en función de sí mismo sin importar la visión de los otros.

El querer ser evidentemente es un reflejo del deseo, es una cuestión de proyección de vida y de la forma en la cual nos queremos relacionar con el entorno, en especial, con lo que tenemos a la mano para suplir una necesidad. En ese proceso de relación entre la realidad y la existencia toma protagonismo el deber ser, el cual consiste en cómo lograr el querer ser desde la libertad para elegir y la capacidad para moldear las cosas. En los seres libres reposa la responsabilidad de decidir y por consiguiente de afrontar las consecuencias de sus actos -sin importar que estas se desconozcan de entrada-, lo anterior, si se vive de manera auténtica bajo un eje regulador de vida.

Los actos de mala fe corresponden a las obras ejecutadas que buscan reducir al otro, por medio de hechos concretos sobre la existencia ajena o tratando de negar la esencia de los actos, de manera que se huye a la responsabilidad de la libertad. Aquí encontramos un hecho claro y es la ausencia de juicio o reflexión, porque el yo busca tomar posesión de las cosas e incluso “cosificar” otros seres, sin mediar conciencia de ser, es decir, de estar relacionado intencionalmente con lo que se asoma a la existencia. De otra parte, las obras de buena fe denotan un estricto sentido de la responsabilidad, en el cual, el querer ser se expresa desde el deseo individual sin sobreponerse al deseo colectivo. Este es un ejercicio de existencia que deviene de la reflexión individual con conciencia de ser -intencionalidad-. Es así como la madurez de los seres proviene del juicio con el que toman sus decisiones.

Es posible recuperarse de la mala fe y vivir de forma auténtica. Esto se logra viviendo con base en un ejercicio reflexivo en el cual se interiorice no sólo el bienestar propio, sino el bienestar del colectivo conciliando ambas potencialidades en la esencia de Bien-estar. No hace falta sobrepensar todo acto y perder el sentido de la vida, sino de fomentar un uso responsable de la libertad de elegir, recurriendo a un marco moral de deber ser autónomo que vele por un querer ser en sociedad a partir del reconocimiento del otro y lo otro. De esta manera todos mantendremos la voluntad de existir en armonía con el entorno, transformando la realidad en el mejor de los mundos posibles para cualquier forma de vida.