Campos desolados, llenos de desarraigo, ahogados por la pasión y el fanatismo desenfrenado, se encargan de flamear la guerra de las dos rosas en una tierra que cada día se empecina en ser menos amable. Una tierra que yace postrada ante la polarización de dos casas enfrentadas por el poder de un reino en crisis, desprovistas de la mística del buen servir y mal entonadas con el ideal truncado de un pueblo que anhela un mejor porvenir.
Los ejércitos naranja y azul se enfrentan en una batalla política en los campos y llanuras naturales de la democracia: las elecciones. Y en ese entendido debe ser pregonado por sus comandantes, generales, legionarios, centuriones y simpatizantes. Porque, al fin y al cabo, la política no deja de ser un simple juego. Si, un juego por el poder, pero un juego, donde los apostadores definen no solo su futuro, sino el destino de una comunidad. Además, en el mar de las lamentaciones no puede repetirse una oleada de violencia a cargo de una generación, que, con el afán de la imprudencia juvenil, parece condenada a provocar las mismas tragedias que otrora tildaron de aciagos los octubres de Barrancas.
Los Dux de cada bando, responsables ante sus emperadores por su suerte e imagen, no solo deben estar a la altura de la historia; están llamados a calmar la efervescencia, atemperar los impulsos y enfriar los calores del atrevimiento y la osadía que desfilan día a día al interior de cada hombre, mujer, anciano, y hasta niños, dispuestos a sacrificarse- por una “causa sin causa”- para defender y ostentar con honor su condición de súbditos. Las rasgaduras de las vallas, los indultos en los discursos, las discusiones en las esquinas, las gesticulaciones de malquerencia y los insultos y agravios proferidos a todo pulmón por los portadores de las águilas legionarias, no son más que el reflejo de un mal enquistado por el odio y el miedo a perder lo que nunca nos ha pertenecido: las arcas sagradas del imperio público.
Por su parte, los Magister militium y los Praefectus castrorum no han sabido estar a la altura de su corresponsabilidad y en su condición de comandantes en jefe han permanecidos silenciados por las victorias tempranas de una guerra que se extiende a los estados judiciales electorales. Desde allí, los tribunos protectores de los malos procederes y las latencias peligrosas e la littis, enarbolan la doble militancia, las inhabilidades e incompatibilidades sobrevivientes como poderosas armas para declarar ganadores a uno(a) y perdedor a otro(a), de una batalla en un terreno diferente a los tarjetones y urnas. Esas argucias, atizadas por los actores institucionales, y avivadas por las llamas de los conceptos, doctrinas y sentencias, emergen como un labrantío, que, a preferencia de los abogados, posa de escenario ideal para que el peso de las tulas y bolsas del derecho comercial y financiero se subsanen o develen cualquier error de unos candidatos que hoy posan con una mayor palidez y temor a los que reflejan en sus posters de campaña.
Señores y señoras de la política de Barrancas, Las únicas vallas y afiches que deben ser dañados y ultrajados son la pobreza, el desempleo, la inseguridad, la carencia de agua, la falta de oportunidades y la oscuridad que nubla nuestras mentes. La guardiana celosa del Cerrejón merece más de sus habitantes, sobre todo de sus dirigentes, demanda más civismo, más cultura, más amor por lo nuestro y más arraigo por una tierra, cuyo único pecado ha sido servir de matriz a una gente como mucho potencial y carisma.
Naranjas y azules deben entender que todas las guerras, desde las más desbastadoras hasta las vendettas de la mafia, se rigen por normas mínimas de racionalidad, respeto y humanización; por eso, deben acordar un juego limpio, donde las únicas armas desenfundadas sean las propuestas, las ideas, los debates públicos, la innovación y la creatividad festiva y jocosa de unas campañas, que merecen ser colmadas por la alegría y no por el miedo. Ambos bandos, deben firmar y presentarle a sus simpatizantes un pacto de buenos propósitos por el futuro de un municipio que merece más de los que le hemos dado. Porque señores y señoras, las nuevas generaciones no merecen que sus almas y cuerpos se vistan de luto, ni que sus sueños sean encarcelados por la avaricia y en el afán efímero del poder.