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Por: Rubén David Salas Arias

De manera individual en múltiples espacios de debate damos opiniones sobre cómo queremos que sea nuestra realidad social. Ese ejercicio es una expresión de ideas de vida, y usualmente, esas ideas se remiten a figuraciones que atienden a la pregunta: ¿Cuál es la sociedad que queremos? A lo cual, para dar respuesta contrastamos dichos conceptos con hechos concretos, y estos últimos son condiciones de experiencia predefinidas que adquieren el sentido que nuestras conciencias le quieran dar.

En ese proceso de reflexión es normal que en principio nos ciñamos a idealizaciones generadas por experiencias de otras sociedades, y dichos juicios podrían estar cimentados en propaganda mediática, o en sesgos producto de la lejanía con esas realidades, o efectivamente podrían ser propósitos aplicables de manera pragmática para cualquier sociedad. Sin embargo, en ese ejercicio de equiparación tendemos a traer datos sobre otros países para formar el objetivo de ser, suponiendo que los sujetos de análisis son efectivamente comparables y que hace falta seguir sus pasos para llegar a ser como los guías -¿Será que todos cabemos en esos zapatos?-.

Siempre es fácil mirar al prójimo y desear lo que él tiene. Pero, después de ese primer paso hay que hacer esfuerzo y pensar en aquello que nosotros queremos para nuestra realidad y cómo se pueden alcanzar nuestros objetivos con las herramientas existentes -desde la propia identidad de la sociedad que conformamos día a día-, para a partir de ahí trabajar en función de las metas definidas.

De todas maneras, si uno quiere hacer un ejercicio de ese tipo, de acuerdo con información recopilada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico – OCDE: en el rubro de pobreza y desigualdad para 2020 podríamos referenciar países como Noruega, Finlandia y Suecia con unos indicadores de pobreza (proporción de personas con ingresos por debajo de las líneas de pobreza) de 0.084, 0.057 y 0.088 respectivamente, e Índices de Gini (medida de concentración de los ingresos como proporción de la población) de 0.263, 0.265, 0.276. Indicando que son de los más equitativos y con menores niveles de pobreza. En lo relacionado con el empleo, para 2021 se referencian países con bajas tasas de desempleo como Japón, República Checa, Polonia y Alemania con 2.8%, 2.8%, 3.4% y 3.6% respectivamente, y para el mismo año, países con bajas tasas de informalidad (como proporción del empleo) como Noruega, Estados Unidos y Canadá con 4.7%, 6,6% y 7.7%. En aspectos de salud, en 2020, países como Estonia, Noruega y Finlandia presentaron bajas tasas de mortalidad infantil (por cada 1000 niños nacidos) con 1.4, 1.6 y 1.8; también se evidencian países con menores niveles de gasto en salud por persona como India, China y México con 231, 894 y 1.227 dólares. En lo que respecta a educación, varios países como Noruega, Canadá e Islandia tienen una tasa de inscripción en educación primaria total; mientras otros países como Corea, Canadá y Japón  tienen tasas de educación terciaria (profesional) de 69.3%, 66.4% y 64.8%.

Para el caso colombiano en términos de educación se encuentra que la tasa de inscripción a la primaria es de 93%, y la tasa de población con educación terciaria es de 30.5%. En salud, un nivel de mortalidad infantil de 16.8 y un gasto en salud por persona de 1.336 dólares. Una tasa de desempleo a 2021 de 13,8% y una tasa de informalidad de 53,1%. Un nivel de pobreza a 2020 de 0.425 y de desigualdad medida con el coeficiente de Gini de 0.544. En varios aspectos se observa que el país se encuentra rezagado si nos comparamos con economías desarrolladas.

No es extraño que los datos anteriormente mencionados estén relacionados con una visión de desarrollo económico, y así se podría seguir con un amplio listado de datos que muestran un aspecto multidimensional de lo que consiste tener una sociedad en la cual se alcanza el bienestar generalizado de sus habitantes. Específicamente, con la garantía de tener acceso a los derechos humanos fundamentales para contar con una calidad de vida digna. Lo cual, tiende a ser la esencia de las opiniones que representan a la sociedad que queremos.

Si como conjunto deseamos una sociedad más desarrollada -desde el anhelo por algo mejor- no debemos desconocer los avances que hemos logrado como nación -así como hay un norte se debe mantener en la memoria lo alcanzado-, para no querer acabarlo todo y empezar de cero una y otra vez. Desde ese reconocimiento de la realidad y la definición de una identidad colectiva propia podremos conseguir la sociedad que queremos. En esa tarea será crucial la orientación de políticas públicas con una visión de desarrollo y en especial con la oferta de bienes públicos, lo cual requiere de un recaudo fiscal como proporción del PIB significativo, en lo que estamos también rezagados con un 19.5% comparado con el promedio de la OCDE de 34.1% a 2021. Resulta que la sociedad que queremos requiere del aporte de todos.