
A Iván Jesús Uriana, su inocencia lo llevó a la muerte. Sus hermanitos estaban jugando, él salió a buscarlos, pero sus sentidos de la orientación, no le alcanzaron a grabar el regreso a casa. Se perdió en el caluroso desierto entre Bahía Honda y Bahía Hondita, en donde el sol, parece brillar más fuerte que en el resto del planeta. En donde el agua solo aparece en espejismos y encontrar una ayuda humana, es como ganarse un baloto.
Todo se inició la mañana de este primero de noviembre. Como siempre, los niños salieron a jugar. Iván se quedó, devorando el último granito que quedaba en su plato de peltre. Cuando salió no los vio, y comenzó a caminar sobre la tierra amarillosa del desierto. Quería jugar, ver el sol, tirarse sobre las dunas que forma la arena arrastrada por los vientos. Según el relato de allegados a la familia, hacia las 10:00 de la mañana de ese sábado, la mamá de Iván, preguntó a sus hermanos que habían regresado de jugar, por su hermano menor y estos le respondieron que no sabían, que no lo habían visto. Pensaron que estaba en el chinchorro que colgaba en la única habitación del rancho. Buscaron y no estaba. Comenzó una intensa y larga búsqueda, que terminó casi 48 horas después, con una trágica noticia.
A Iván, el hermoso niño de solo tres años de edad, su risa eterna, hijo de padres wayuu, una madre artesana, y el hombre dedicado a la huerta familiar, asistidos por un programa de pilotaje del Icbf, lo encontraron este lunes, en medio de un pedregal, en el cerro Jirrigitpana. Hasta allí lo llevaron sus flacas piernecitas. La sed, el hambre, las altas temperaturas y el cansancio, lo diezmaron. Su cuerpo quedó tendido, medio oculto por la arena y las piedras, en el cerro de Jirrigitpana, donde él soñaba jugar a las escondidas con sus hermanos.
La madre llora. Iván era uno de los miembros de una larga prole, que se sustenta del apoyo del Estado a través del Bienestar Familiar. El padre habla pausado, tranquilo, dejándose arrastrar por la cascada de golpe que la vida a diario le depara en un territorio, en donde las esperanzas se confunden con las desilusiones, en donde las ayudas diferentes al Estado, llegan solo cuando los políticos aparecen con sus caravanas de vehículos que levantan una polvorera. Ese día aparecen las esperanzas acompañadas de abrazos. Su llegada les permite tomar agua potable por pocas horas, comer del chivo que mandaron a preparar los caciques. Después, se levanta el polvorín indicando que las esperanzas se van, para seguir esperando.
La muerte de Iván, no se sabe en qué orden la ubicarán dentro de las frías estadísticas que lleva el gobierno, que sirven para muchas cosas, de acuerdo a la intención que se tenga.
Este caso ha causado consternación en el departamento de La Guajira, despertando la solidaridad de sus habitantes para con la familia Uriana en Bahía Honda.
Su sepelio se cumplirá este martes 4 de noviembre en el cementerio familiar.
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